Este año me cambió la vida. Quisiera decir que fue algo solo mío,
pero la realidad es que le cambió la vida a toda la humanidad. Unas
semanas antes de que empezara la pandemia perdí mi trabajo y tuve que
cancelar un viaje que me hacía mucha ilusión. Luego, en el encierro,
comencé a sentirme sola, atrapada, con muchos miedos y angustias; todo
lo que creía seguro se desmoronó. Me sobrecogió una sensación de
desesperanza e incertidumbre, no sabía qué hacer, ni cómo salir de allí.
Por fortuna, una de mis mejores amigas, capitana de navegación, me
invitó a unirme a su tripulación.
Puedo decir que el Navegante
tuvo un papel protagónico en el escape que necesitaba de mí misma, del
encierro físico, por el virus; pero también de mi encierro mental. Para
mí el año pasado no solo fue difícil por la pandemia, también lo fue por
lo que sucedió en el país, tanta violencia, tantas masacres… Eso me
quebró de muchas formas, sobretodo el corazón.
Definitivamente
mi cuarentena no hubiera sido igual sin esa hermosa tripulación de
personas desconocidas, que al final se volvieron confidentes, que me
ayudaron a escapar un poco de la realidad y del encierro. Verles dos
veces a la semana para hablar de libros o cualquier otra cosa que no
fuera la pandemia, el trabajo (porque contra todo pronóstico conseguí),
la violencia o el encierro me lleva a decir que el Navegante fue el
salvavidas que me sacó del ahogo y me presentó el mar para navegar.
A
veces quisiera que el año no hubiera sido como fue, pero estaría
mintiendo, supongo que de los peores momentos también florecen los
mejores recuerdos. Puedo decir que tuve el privilegio de atravesar las
tormentas de este año bien acompañada, no solo de letras, también de
personas: navegantes de historias y pensamientos. Fue tan mágico que
pude conocer un poco más las profundidades mentales y del alma que solo
el arte permite alcanzar.
Solo me queda darle las gracias a la
tripulación de este navío. Gracias por leer conmigo otros mundos, otros
fondos; por compartir lecturas y percepciones diferentes que nos
permitieron reconocernos y encontrarnos un poquito cada noche. Espero
poder seguir compartiendo con ustedes las noches de este nuevo año que
veo con mucha esperanza y felicidad, porque este es solo el inicio del
cambio que la humanidad necesita y empieza a trasegar.
Una nostalgia erótica: Los ojos azules pelo negro
Es aquí, en esta habitación, donde ha transcurrido su verdadero verano, su experiencia, la experiencia del aborrecimiento de su sexo, y de su cuerpo, y de su vida”.
Adiós, elefantes rosados
19 de septiembre de 2020
Hoy decidí frenar en seco, para siempre o temporalmente. Hasta aquí llegué por ahora. La frasecita me resulta irónica porque no tengo por qué estar cansado, si prácticamente no salgo desde hace meses. No hago mucho ejercicio, no recibo muchas visitas y los domicilios hacen el resto. Sería muy fácil para mí decir que por eso bebo, pero no es verdad. Lo hago porque siempre lo he hecho y ahora que me salté la parte en la que uso el transporte público, no tengo afán por llegar a los pocos compromisos que tengo. Si antes tenía pocos remordimientos por llegar a cualquier lado con resaca, ahora mucho menos. Es más. No tengo que "llegar" a ningún lado. El zoom no tiene alcoholímetro. Y de todo eso me cansé. Voy a parar a partir de hoy.
El año pasado (no recuerdo bien por qué lo decidí) duré 29 días sin beber. No ha sido el tiempo más largo que haya durado sin alcohol, pero sí lo es desde que me gradué de la ASAB. Ahora, no me siento precisamente contento. Todo lo contrario. El aislamiento no me exime de beber. En realidad, lo hago mucho más desde que arrancó el aislamiento. Mientras escribo esto, son las 4 am, estoy ebrio y tan deprimido que no me dan ganas ni de llorar o de dejar el sofá para meterme en la cama. Daría algo de pena ajena a quienes me vieran ahora. Ya que mi vida social hace meses dejó de existir ser una preocupación, prefiero parar de golpe. Supongo que no puede hacerme más mal del que me estoy haciendo, pero uno nunca sabe.
Decidí hacerlo público para obligarme a cumplirlo. Creo que ese es uno de los mayores aprendizajes de la experiencia de los "gloriosos 29 días" sin alcohol. Además, podría ser gracioso, como cuando vi Game of Thrones varios años después del final de la última temporada y escribía lo que pensaba mientras tanto. Me daba risa hacer chistes sobre la primera temporada cuando a nadie más le importaba. Creo que por eso la gente lo sentía gracioso (independientemente de si en realidad lo era).
El año pasado saqué las siguientes conclusiones.
No sabía (ni se) divertirme sin trago.
Dejar de beber me regulaba el sueño.
No me sobraba la plata, pero tampoco se me acababa tan rápido.
Tenía mucha más energía durante esos días.
En Colombia se acostumbra a ofrecer alcohol en cualquier evento social, desde despedidas de solteros hasta bautizos.
Sin alcohol, fumaba el doble.
Mi aspecto personal mejoraba cuando no bebía. (¿Exactamente en qué? No se. Pero eso me decían.)
Detesto tener que inventarme excusas para rechazar un trago, razón de más para hacerlo público.
La gente me llama menos ahora que no bebo.
Mi estado de ánimo mejora sin alcohol.
La gente que me conoce asocia mi nombre a trago.
Luego de 29 días sin beber, la primera prenda es fuerte.
No beber me causa ansiedad.
En ese momento, no pensaba dejarlo totalmente. Hoy, todavía no lo se.
No sé cómo desinhibirme.
Extrañaba el whiskey.
Sumado a todas estas conclusiones, entendí que sin bares, teatros, clases presenciales o lugares que vendan cerveza, no me da la gana salir. Para beber tengo la aplicación del OXXO. Mientras escribo esto, acabo de darme cuenta que ahora sí mi vida gira alrededor de beber. Y no es una exageración. No me dan ganas de vivir así.
Vamos a ver qué pasa esta vez.